Publicado en: Trasegando
Es fácil citar a según quien, pero permitidme la licencia de caer en la obviedad. Y es que ya lo dice José Luis Sampedro: <<(…)desde la primera infancia nos enseñan: primero, a creer lo que nos dicen las autoridades, los padres, la mayoría (…) y luego a razonar sobre lo que hemos creído. No, no. La libertad de pensamiento es al revés. Es primero razonar y luego creeremos en lo que nos ha parecido bien de lo que razonamos. Si usted no tiene la libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor>>. Salvados ¿Qué hago con mi dinero? 29/01/12
¿Por qué recurro a tan gran verdad? Pues porque yo también he caído (y sigo haciéndolo) en el juego de que me digan qué es cada cosa, en lugar de hallar la respuesta por mí misma; posiblemente por miedo a no entender bien los conceptos y las informaciones encontradas y acabar defendiendo algo que vaya totalmente en contra de mis principios (que seguramente sea lo único que una pueda tener realmente claro en esta vida). Qué mejor para explicarme que un ejemplo:
No hace mucho descubrí uno de los tantos vídeos “Indignados” que circulan por la red. Concretamente, éste se trataba de una de las intervenciones de Nigel Farage en el Parlamento Europeo (por cierto, espacio que aparece “cabreantemente” vacío de forma recurrente en cuanto vídeo visualices). A medida que Farage avanzaba en su exposición sentía como si se me fuera a dislocar el cuello de tanto asentir con la cabeza y cuando terminó me invadió un impulso casi animal que me empujaba a ponerme en pie y aplaudir (me contuve, por supuesto). Hasta aquí todo normal pero, he aquí la inquietud intelectual que te lleva a informarte de quién dice qué y qué pretende con ello (desde que descubrí el currículum de Punset estoy mucho más alerta con los dobles mensajes y con los “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”). Por eso, lo primero que hice cuando terminó el vídeo fue abrir Google y buscar quién era ese tal Nigel Farage. Cuál fue mi sorpresa, o puede que ya me lo viera venir, cuando leí que “mi nuevo gurú” era un político británico euroescéptico de derechas. Se me erizó la piel. ¿Qué me estaba pasando? Si me considero una persona profundamente de izquierdas, si a veces tengo que pararme a reflexionar porque radicalizo mi mensaje sin darme cuenta, ¿cómo podía ser que estuviera comulgando con el mensaje de un tío de derechas? Muy sencillo: porque en esta vida no todo es blanco o negro y todos podemos sacar nuestras propias conclusiones de cuanto nos rodea. Es muy probable (especialmente por el ideario de Farage) que él hablara en términos puramente de soberanía económica; que sólo le interese la capacidad de autodeterminación y autogestión de los países desde un prisma monetario (por supuesto, mucho más entendible si tenemos en cuenta que habla desde la Libra y no desde la Peseta); pero no es menos cierto que su crítica a la opresión europea que asfixia a las democracias y a los poderes soberanos de los países miembro, especialmente de los llamados periféricos, es aplicable no sólo a la economía sino, sobre todo, a las personas.
Puede que nunca vuelva a hallar un punto de encuentro en su discurso (por político y por diestro). Sin embargo, el simple hecho de haber tenido la madurez de no desechar su mensaje, de considerarlo no sólo válido sino casi definitivo, debo celebrarlo a bombo y platillo. Porque comprendí que sólo sacudiéndonos los complejos y los preceptos adquiridos, aquellos que nos han inculcado, aquellos que nos obligan a definirnos en un “conmigo o contra mí”, siempre y cuando no perdamos el foco de nuestros principios, llegaremos a la verdad. Esa verdad que nos hace un poco más libres.
¿Os sumáis a “librepensar”?
